Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo
cardo ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca!
Para amantes de la poesía
Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo
cardo ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca!
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Juan Francisco Quevedo -Poesía para vivir-
El mundo nunca debiera ser una cárcel, ni concebirse como tal ni física, ni mentalmente.
Siempre debemos escapar incluso de lo peor de nosotros mismos.
Huye del tiempo
de muros y alambradas.
Busca el futuro.
Pero, ¿Qué sabías tú de amor?
En tu inocencia creíste que podrías
definirlo con una palabra,
creíste que era un sentimiento
que tú buscabas y que podías controlar
te reías de esos que sufrían
que lloraban
que celaban
y que incluso perdían el sueño y el apetito
por un amor
“Qué ilusos” pensabas,
“qué inmaduros son”
pero, ¿qué sabías tú del amor?
si pensaste que era un sentimiento controlable
manejable, moldeable
si no lo reconociste cuando llegó a tu vida
si no contabas con que unos ojos te robarían el aliento
que una sonrisa te haría perder la noción del tiempo
y que una voz, esa voz te desequilibraría por completo
Qué iluso ¿no?
por pensar que puedes evitarlo
por pensar que puedes manejarlo a tu antojo
por pensar que nadie romperá tu coraza
por creer que nadie podría robar tu corazón
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.
La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.
Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.
Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.
Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.
Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.
Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello…
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!
NOCHE OSCURA
con ansia, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien bien yo me sabía
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche, amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo me regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
cuando ya sus cabellos esparcían,
con su mano serena
en mi cabello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dexéme,
dexando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
PRIMERA PARTE
La primera estrofa describe su salida, llena de ardiente amor, a salvo y segura porque ha vencido los apetitos sensuales. Este es el significado del verso “estando ya mi casa sosegada”. La palabra sobresaliente que empieza el movimiento del poema es “salí”. Pero ¿quién salió? ¿quién es el protagonista del poema?: los participios “inflamada”, “notada”, “amada” y “transformada” hacen suponer que se trata de un ser femenino. Y, dado que dicho ser habla de unirse a su Amado, tendríamos motivos para ver la acción en términos de un amor terrenal. O bien, este aspecto femenino alude al ser espiritual (el alma, palabra que nunca se menciona en el poema, concebida desde siempre como femenina). Obviamente, esta ambigüedad es intencionada por parte del autor, no solamente debido a su deseo de expresar en sentido figurado lo espiritual por medio de lo físico, sino que, además, el hecho de que la identidad del protagonista se plantee como evidente por sí misma, sin más explicaciones, hace que nos sintamos atraídos inmediatamente a la atmósfera del que habla de su amor (de ella) y podemos compartir, sin hacer preguntas, su experiencia a medida que esta va desarrollándose en el poema.
Volviendo de nuevo al “salí”: ¿de dónde fue esa salida? ¿de dónde surge este súbito movimiento? Pero sólo en las dos primeras estrofas, conjuntamente, se nos da esta sugerencia. Por eso los estudios que se han hecho señalan que ambas deben tomarse como una sola oración (sin estar separadas por un punto, como se hace en todas las ediciones): contienen las mismas rimas y, si se estudian como una unidad, el periodo que las abre mostrará ese “paralelismo de miembros” tan característico de la literatura hebrea. Comparemos los paralelismos en:
“Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma;
Lo busqué y no lo hallé.
Y dije: Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad;
Por las calles y por las plazas
Buscaré al que ama mi alma;
Lo busqué y no lo hallé.”
(Cantar de los Cantares, 3, 1-2)
Y en las estrofas 1 y 2 de nuestro poema.
Estas cadencias musicales de ambas estrofas, incluso como de baile, ayudan a situar la “Noche” en el clima misterioso bíblico, en el cual movimientos que parecerían sin sentido en una primera lectura vemos que son guiados por la Providencia. En la quietud de la noche oímos esos sonidos misteriosos, apoyados, como si dijéramos, por motivos-palabras que se repiten con una insistencia que manifiesta un propósito claro: aquí las repeticiones no están destinadas a aclarar un concepto, nos encontramos con unos motivos-palabras muy sencillos que se repiten parsimoniosamente con muy poca variación. Estos motivos prestan a estas dos estrofas una gran semejanza, establecen entre ellas un paralelismo.
En las expresiones “en una noche escura” “a escuras y segura” “a oscuras y en celada” (en secreto) encontramos la palabra “escuro” repetidas veces. Mientras que en “sin ser notada” –“secreta escala disfrazada”- “en celada” la repetición se produce solamente por afinidad temática (repetición sinonímica).
Además de afinidades encontramos suaves contrastes también. El alma agitada por la pasión (inflamada) sale de una casa silenciosa (sosegada); la oscuridad de la noche (a escuras) está en oposición a la seguridad del propósito (segura). Y el hecho de que “ventura” rime con “segura” sugiere también una contradicción, aunque esta es atenuada por el hecho de que a la aventura se la califique de “dichosa”. La decisión del alma es, en efecto, una aventura hacia lo desconocido, una aventura, no en el sentido trivial que hoy se le da a la palabra, sino en el sentido medieval, en que la totalidad de la vida era una aventura por parte del hombre. El alma, que aquí ha decidido encontrar lo divino se ha comprometido en una aventura existencial y el adjetivo “dichosa” nos asegura que el ser divino le dará la respuesta. La palabra “escala”, con su connotación de altura, es el símbolo del desarrollo del alma hacia arriba.
En esta oscuridad aparece una luz interna en la persona y esta luz nos es presentada la primera vez “sin otra luz… sino la que…”, como si, con ello, se la hiciera surgir de la oscuridad. Es este brillo que guía el alma (guía-guiaba) con mayor certeza que la luz del mediodía. Con la primera línea de la estrofa 4 se sugiere un estallido de dichoso alivio: “aquesta me guiaba”.
Del laberinto de la tercera estrofa, que sugiere el movimiento del alma mientras se abre paso a tientas en las tinieblas, surge, como un claro, la guía segura; la luz clarísima que al principio se nos sugirió negativamente. En una proposición dependiente, ahora en la oración principal, se la saluda abiertamente. De esta manera, la estructura oracional traduce el progreso del alma, que se ha esforzado, alentada por una esperanza interna (segura-dichosa) hasta que ahora su luz interior brilla también fuera, a su alrededor, hacia el objetivo ya bien claro (adonde), hacia ese alguien (quien) cuya morada conoce instintivamente.
“Quien yo bien me sabía/en parte donde nadie parecía”. Aquí tenemos la idea de un conocimiento secreto, exclusivo, del mismo modo que antes se hicieron sugerencias de un viaje secreto, clandestino (la escalera mística estaba camuflada: “disfrazada”). Aunque el motivo del amor clandestino procede de los convencionalismos de la poesía amorosa de los trovadores (amor cortés), con Juan de la Cruz ha adquirido un sentido místico. Esto es posible dado que la creencia cristiana admite un Dios personal. Con estos últimos versos, con la alusión a “quien”, la peregrinación ha llegado a su fin. Más adelante se revelará la identidad de ese “quien” misterioso.
Mediante la técnica de la variación musical semántica (repeticiones y contrastes) y de una serie de recursos sintácticos, se nos ha conducido de la “noche oscura” a la luz que brilla más que el día; de la soledad al encuentro con el que es el objetivo. De hecho la primera idea de privación la encontramos expresada por elementos gramaticales negativos (sin, nadie, ni… cosa, sin, nadie) que conducen, finalmente, a los positivos (aquesta, quien), a la realización; “no ver nada” conduce a ver al Amado. Este es un proceso típico de la experiencia mística, en la cual, la privación, renuncia y purgación son el punto de partida para la realización.
SEGUNDA PARTE
¡Oh noche que guiaste,
Oh noche amable más que la alborada,
Oh noche que juntaste…!
Aquí vemos una paradoja: “noche que guiaste”. Es más natural pensar que lo que guía es la luz; pero, como sabemos, la noche se ha transformado en luz. Y esta noche radiante, además, ha juntado (juntaste) este “juntaste” es el clímax de la secuencia “guiaba” -guiaste- juntaste. Ya hemos observado que en “aquesta me guiaba” había un tono nuevo de tranquilidad; ahora, con “¡oh noche que juntaste!” la guía ha terminado y se ha llegado al objetivo, la iniciativa pasa de la luz del corazón a la noche misma y es sólo la noche la que produce la unión.
Este símbolo poético de la noche, como la mediadora del matrimonio espiritual, es original de Juan de la Cruz. Es un símbolo y no una alegoría espiritual, porque la idea que sugiere no es la evidente: primero tenemos que encontrar la correlación especial que sugiere el poeta que, además, no tiene que ser constante, como la alegoría, sino que puede variar. Con Juan de la Cruz la noche es un símbolo intraducible, generador de situaciones y emociones nuevas que deben irse entendiendo a medida que se van desarrollando: primero la noche era solamente el medio en el que el alma solitaria emprendía su viaje; ahora se ha convertido en la guía e incluso en el mediador entre Amante y Amado. De hecho la noche misma es atraída hacia la atmósfera de “amar”: “noche amable”. En cierto modo, al ser el amor el que une a los amantes, con la expresión “¡oh noche que juntaste…!”, si el amor es el que los junta y la noche es la que los junta: noche = amor.
En la expresión “noche amable más que la alborada” (continuación de motivo “más cierto que la luz del mediodía”) se invierte la evaluación normal de la noche y el día sugiere lo contrario a la valoración cristiana del alba, en que la estrella matutina se saluda como anuncio de que los poderes de las tinieblas y del mal han sido derrotados por los del bien. Quizá, en este caso, la inspiración poética provenga del género trovadoresco denominado el “alba” en el que tan a menudo la gloria de la noche amorosa es ensalzada con menosprecio del alba. (El vigía de la torre advierte a los enamorados del peligro del alba que se aproxima etc.)
Esta unión mística no representa ninguna transformación, no existe ninguna igualdad entre los amantes. El poeta utiliza el amor humano como metáfora del amor por lo divino pero eso no significa igualdad: la amada se somete al amado.
Esta estrofa representa la culminación lírica del poema. Esto se refleja en el lenguaje por la secuencia de tres apóstrofes a la noche. Estilo exclamatorio que ya anunciaba la expresión “¡oh dichosa ventura!”. Pero ahora el sentido de gozo, de plena euforia se expresa mediante un recurso que la liturgia judeocristiana se reservaba para referirse a la deidad: el vocativo, seguido por expresiones que describían los triunfos o los favores de Dios, las cuales, a su vez, pueden ir seguidas por la petición de más favores.
TERCERA PARTE
Pasamos ahora a la escena de la unión mística:
Por supuesto que no. sin duda los amantes están al pie de la torre, entre los cedros. Así que es desde esta noche desde la que algo golpea y hiere, este algo es el aire que golpea suavemente con su “mano serena”, pero da en el blanco y deja la muerte dulce a su paso.
Este es el momento de éxtasis y aniquilamiento (todos mis sentidos suspendía) que experimentaron todos los místicos y que ellos mismos describen como mezcla de dulzura celestial y de dolor penetrante. Y la mano serena que hiere sugiere una atrevida personificación que, sin embargo, no acaba de materializarse: el “aire de la almena” no se solidifica convirtiéndose en una figura de contornos definibles, es un agente intangible, inmaterial, que, mediante una actividad imperceptible, produce el efecto culminante mientras Cristo duerme. Se ha sugerido que pudiera ser el Espíritu Santo aunque, a su vez, reconocen que ya es imposible desvelar el misterio con que San Juan quiso por una parte al tiempo ocultar y por otra revelar, el misterio de la actividad inactiva, la actividad de la deidad.
En cuanto a lo primero (relajación corporal, extinción física): “el rostro recliné” sugiere claramente lo físico; “dejéme” da a entender tal vez una mezcla de lo físico y lo espiritual; “dejando mi cuidado” describe exclusivamente un estado del alma. Es aspecto psíquico-físico y el activo-inanctivo de la experiencia mística no podría expresarse de mejor forma que por medio de este ambivalente “dejar”.
En cuanto a los recursos acústicos, podemos señalar las dos variaciones del verbo “dejar” (dejéme-dejando) y las dos de olvidar (olvidéme-olvidando), y especialmente la repetición de la rima en –eme (quedéme-olvidéme) que sugiere un gradual hundimiento en el abismo del olvido. Y en las frases: “dejéme/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado”, que ofrecen una cadencia final, prolongada, tenemos una transición del momento de abandonar el mundo al estado resultante de ese acto: el olvido que se ha alcanzado ya. En la palabra final “olvidado”, se nos presenta este estado como un hecho consumado, el alma ya está unida a Dios.
TEMAS
En este poema nos encontramos con el más profundo y extenso de los temas simbólicos de San Juan: la Noche. En la obra en prosa que explica este poema establece como axioma que, comparado con el infinito ser de Dios, todo lo que representan las criaturas equivale a nada. De ello se deduce que quienes ponen su afecto en ellas son nada o menos que nada. El hombre solo puede ser algo si se une místicamente a Dios, pero para que esto ocurra, primero tiene que haberse despojado de todo apego a las criaturas. Este proceso de erradicación, conocido como purgación, es el primer sentido que da al término “Noche Oscura”. Pues como la noche es una privación de la luz, así la privación de sus facultades ordinarias puede denominarse noche del alma.
Pero el símbolo de la noche oscura también significa la fe como impulso que empuja al alma hacia Dios, pero es oscura porque Dios es incomprensible a la razón. Incluso al final, al alcanzar la unión, sigue siendo de noche para el alma porque el mensaje divino debe permanecer oscuro: Dios parecerá oscuro a la inteligencia humana porque ésta carece de inteligencia para percibirlo. Como los sentidos y la razón son inútiles para percibir la verdadera luz, deben ser desechados y sustituidos por la fe. La noche oscura entonces representa un estado anterior al día y que lo anuncia. Todo esto, que puede adivinarse confusamente en el poema, lo explica el autor en sus comentarios en prosa, detalladamente.
CONCLUSIÓN
A pesar de todo, puede que, para terminar este análisis, debamos enfrentarnos con un problema importante: la expresión de la experiencia mística de un modo tan sensual, la presentación de amor místico en términos que podrían interpretarse como descriptivos de lo erótico. ¿Acaso no es esto sacrilegio? -se pregunta el estudioso de San Juan- ¿Acaso no es la tradición pagana recogida por el catolicismo lo que aquí aflora a la superficie? La respuesta parece ser que, sencillamente, la descripción del acontecimiento místico en términos físicos proporciona un efecto gráfico de realidad que de otra manera, tal vez, no se hubiese conseguido. Aquí lo físico hace concreta la emoción impalpable. El valor documental del poema no se puede negar. La belleza de la descripción del místico atestigua su veracidad. Recordemos que la capacidad de dar evidencia material y temporal a la experiencia espiritual la encontramos por vez primera en el mayor de los poetas medievales: Dante. La lírica moderna, religiosa o profana, está en deuda con poetas religiosos como Dante y Juan de la Cruz por la evidencia que han dado para siempre a la descripción del sentimiento interno.